mayo 3, 2023
Jorge Pérez Quezada: la ruta del escalador

Te invitamos a conocer parte de la historia personal y trayectoria científica del ingeniero agrónomo, académico e investigador asociado del Programa RP2, del Instituto de Ecología y Biodiversidad.
A 36 metros de altura, sobre una torre de monitoreo en el Parque Nacional Alerce Costero, en la Región de Los Ríos, Jorge Pérez Quezada trabaja y a ratos observa la impresionante imagen de los bosques, como si fuera un dron. A pesar de la destreza física, las medidas de seguridad y las cuerdas que lo sostienen, cada vez que el ingeniero agrónomo escala y permanece en ésta o en alguna otra de las torres Eddy covariance, lo invade una mezcla de alerta y entusiasmo.
Estas imponentes estructuras, instaladas también en el Parque Nacional Bosque Fray Jorge -Región de Coquimbo-, la Estación Biológica Senda Darwin -Chiloé-, y el Parque Omora -en Puerto Williams-, permiten monitorear la captura y liberación de gases, como aquellos de efecto invernadero, desde y hacia el bosque. Todo esto, permite recopilar una serie de datos claves para los estudios de largo plazo en los que Jorge participa desde hace una década.
Estas labores, realizadas en compañía de asistentes “araña”- incluyen calibración de los equipos y tareas de mantención, actividades que siempre implican una cuota de aventura y mucha concentración, como cuando toca lluvia o se alargan los tiempos en las alturas. De hecho, el mismo investigador se sorprende al recordar el día en que tras escalar la torre instalada en el Parque Nacional Alerce Costero, permaneció ocho horas arriba trabajando.
Pero estos viajes a terreno e inspecciones técnicas, son sólo una parte de las actividades y labores que realiza el investigador asociado del Instituto de Ecología y Biodiversidad, IEB. La mayor parte del tiempo y muchas veces acompañado de un mate, el científico de 51 años se despliega como malabarista entre múltiples tesis, trabajos administrativos y sus clases en la Universidad de Chile, labor que lo apasiona y motiva a diario, principalmente por la interacción permanente con las nuevas generaciones y la creatividad que advierte entre sus estudiantes.
“Reciclador furioso” y amante del fútbol y el plantel azul, Jorge se siente afortunado de poder combinar la agronomía con la ecología, áreas a las que comenzó a acercarse durante la niñez. “Soy nacido y criado en Santiago y mi única conexión con el campo y la naturaleza vino por parte de mis abuelos. A uno de ellos le encantaban las plantas y me trasmitió su amor por ellas. Y mi otro abuelo en algún momento trabajó como administrador en un campo y me llevó hasta ahí. Me gustó mucho la experiencia de ver los cultivos. Otra vez viajé al campo a los 12 años y tuve la oportunidad de vivir la ruralidad con los vecinos, ver cosechas de trigo y carreras de caballo, entre otras cosas. Creo que todo eso influyó en mí y me llevó a estudiar agronomía”, explica el investigador.
El científico también vivió otras experiencias y conoció a otras personas que lo acercaron a este ámbito, como su profesora de biología en la enseñanza básica, quién le contó sobre el proceso de degradación de la flora de la Región de Coquimbo, describiendo cómo es que antiguamente había bosques y luego una fase de sobrepastoreo. “Eso me llamó mucho la atención y pensé que podría hacer algo en algún momento, mejorando la agricultura o realizando acciones para restaurar”.
Aventura por Chile y en Asia bajo cero
En su trayectoria como investigador, Jorge ha recorrido diversos territorios del país, estudiando no sólo los sistemas agrícolas, sino también ecosistemas semi áridos, bosques frondosos y montañas, todos éstos, lugares por lo que siente una gran fascinación.
“Ir a terreno es una parte esencial de mi trabajo y un gran momento para disfrutar en lugares y naturaleza muy bella. Algunas expediciones que hacemos tienen mucho de aventura, en ocasiones acampando con fogata y haciendo cabalgatas. Sin embargo, no es fácil organizarme para viajar, principalmente, porque tengo muchas clases que hacer en la Universidad. Sin embargo, los terrenos largos, que van de 3 a 10 días aproximadamente, los realizo dos veces por semestre. Y eso también se intercala con terrenos más cortos o por el día”, menciona.
En ese contexto, uno de los enfoques de sus terrenos e investigaciones ha sido el estudio del suelo, realizando importantes hallazgos sobre su rol ambiental. Ejemplo de ello es una investigación focalizada en antiguos bosques nativos de Chiloé, los que resultaron ser campeones mundiales en el almacenaje de carbono, y grandes aliados en el combate del cambio climático. De hecho, el científico asegura que cada hectárea de este ecosistema absorbe más de 1000 toneladas de carbono, principalmente en su suelo.
“Me ha interesado estudiar el contenido de carbono en ecosistemas y ver cómo se distribuye en el suelo, un aspecto que ha sido bastante subestimado. Estos datos son muy útiles, y afortunadamente también ayudan en temas claves como el cambio climático y la conservación de la biodiversidad”, comenta.
Asimismo, en estos diferentes territorios, el agrónomo también ha trabajado en temas de planificación territorial y de paisaje, y en evaluación de zonas para ayudar a la conservación, manejo y restauración de ecosistemas.
Previo a estos recorridos, en el marco de su doctorado, Jorge Pérez también vivió otras inolvidables experiencias, como una estadía de seis meses en Kazajistán, país de Asia central que fue parte de la ex Unión Soviética, donde trabajó en un proyecto de colaboración internacional para medir la captura de carbono, sorteando condiciones muy adversas en terreno.

“Fue una experiencia muy especial, en un país distinto, pero también con varias similitudes. Ahí aprendí a usar las técnicas para medir flujo de CO2 y agua en ecosistemas, con las torres Eddy. El trabajo se realizó en condiciones bastante adversas, pero las personas que trabajaban ahí y apoyaban el proyecto, fueron muy amistosas y me apoyaron en todo. La gente de ese lugar era cariñosa, y les gustaba bailar y tomar vodka”, recuerda con alegría.
Explorar la captura de carbono en esas tierras asiáticas, que alguna vez fueron grandes cultivos de trigo -siendo abandonadas posteriormente con la caída de la URSS-, se convirtió en un gran tema de interés para Jorge, quien a partir de entonces, siguió desarrollando estudios en esa línea en nuestro país. Para estos fines, en un comienzo debió conseguir equipos usados desde Estados Unidos. Luego en 2013, se instaló la primera torre Eddy covariance en Chiloé, dando inicio a la red de monitoreo del IEB y los estudios a largo plazo en los que el científico participa.

El día a día y los desafíos
Para el Doctor en Ecología y Magíster en Agricultura, no todo es ciencia y trabajo. Junto a su esposa, Rosita Scherson, también profesora de la Universidad de Chile, comparten el amor por la botánica y otros tantos intereses, como la crianza y organización de horarios para estar en la casa junto a sus dos hijos, de 12 y 18 años.
“La vida del académico es 150% del tiempo y hay que compatibilizar con la familia. Con mi esposa siempre nos coordinamos y hacemos esfuerzos de llegar temprano a la casa y pasar tiempo con nuestros hijos”, señala.
Junto a ello, Jorge siempre le ha dado un espacio importante al deporte. “Soy chuncho y me creo director técnico. Me gusta mucho el fútbol como hincha y jugador”, asegura quien practicó este deporte durante muchos años. Ahora en cambio, le dedica tiempo a andar bicicleta y salir a correr. Y en sus ratos de ocio, también disfruta de ver películas y compartir con sus amigos y familia, dejando a su vez espacio para otras actividades y labores hogareñas.
“Me defino como reciclador furioso. Reciclo todo, partiendo por residuos orgánicos. También me gustan las actividades manuales y de carpintería, como hacer muebles. Y cuando tengo tiempo en la casa siempre trato de arreglar todas las cosas yo”, describe.

Pero las grandes pasiones y desafíos no sólo están en el hacer. Jorge enfatiza en que una de sus mayores satisfacciones se da en la interacción humana y el espacio de conexión con sus estudiantes. “A mí me encanta poder comunicarme con gente joven que está en una etapa muy creativa, de flexibilidad, y con ganas de aprender en una carrera que eligieron. También me gusta darle mucho espacio a los ayudantes para que propongan actividades, sabiendo que ellos van a responder con creatividad y responsabilidad. Todo esto también nos ayuda a flexibilizarnos, a conocer los nuevos lenguajes, a entender que el mundo ha cambiado y que hay cosas que antes se aceptaban y ahora no”, explica.
Del mismo modo, el investigador del IEB siente un gran compromiso con la conservación de nuestros ecosistemas, la restauración y la generación de paisajes más resilientes y sostenibles. Por esta razón, también recalca la importancia de poder conectar la evidencia científica con la toma de decisiones y políticas públicas, apelando a un mayor protagonismo y participación de las y los científicos, aportando con ello a las grandes temáticas medioambientales que afectan a los territorios.
(Por: Carolina Todorovic)