abril 3, 2023
Francisca Díaz: exploradora en las alturas

De lunes a viernes, la bióloga Francisca Díaz toma su bicicleta por las mañanas y recorre la costanera, desde Viña del Mar a Valparaíso. La brisa y el aire marino la acompañan en ese trayecto hacia el Laboratorio de Geoinformación y Percepción Remota de la Pontifica Universidad Católica de Valparaíso, lugar donde comenzó a trabajar junto al científico Roberto Chávez, desde diciembre del 2022.
La ecóloga de 38 años es investigadora postdoctoral del Instituto de Ecología y Biodiversidad, IEB, y gran amante de la naturaleza, las plantas, el paleomundo y, particularmente, las montañas, ecosistemas por los que ha sentido una gran atracción, desde la niñez.

De hecho, en una clase de tercero o cuarto año básico de su colegio, Francisca aprendió sobre la formación de la cordillera, las placas terrestres y algo más fascinante para ella: que era posible encontrar fósiles marinos en las montañas. Y tuvo suerte, porque el fin de semana siguiente realizó un paseo al Cajón del Maipo junto a su familia, y ahí entonces descubrió un fósil de Amonite, hallazgo que quedó muy grabado en su memoria.
“Todo esto influyó en mí y me llevó a viajar a Atacama y participar en grupos de montañismo. Siempre que puedo me arranco a algún cerro, espacio donde encuentro mi mayor conexión y pasión por la naturaleza, aunque también amo estar en los bosques”, explica la Doctora en Ecología.

Pese a que en su etapa escolar sus intereses también eran por el lado humanista, Francisca ingresó a estudiar biología en la Pontifica Universidad Católica de Chile, pues le interesaba trabajar con la ecología y en particular con la vegetación y la biogeografía. “Siempre me han gustado mucho las plantas y me he dedicado a estudiarlas, tratando de entender cómo la vegetación se adapta a los cambios climáticos de largo plazo. Las plantas cuentan una historia, y a través de ellas es posible interpretar un paisaje”, comenta.
Tras su pregrado, Francisca realizó algunas pasantías en la Estación Biológica Senda Darwin, en Chiloé, pero luego se integró a un grupo de paleoecología junto al investigador del IEB Claudio Latorre, y fue así como Atacama se convirtió en uno de sus grandes espacios de trabajo e inspiración. “Me llamó la atención el trabajo en terreno en zonas altoandinas y el hecho de que Atacama funcionara como laboratorio natural, para estudiar ambientes del pasado y conectar esos conocimientos con lo que está ocurriendo hoy”, señala la además subdirectora del Núcleo Milenio de Ecología Histórica Aplicada para los Bosques Áridos, AFOREST, cuyos fondos fueron recientemente adjudicados.

Desde entonces, la científica ha desarrollado diferentes líneas de investigación dedicadas a comprender cómo los ambientes terrestres y en especial la biodiversidad vegetal, responden a la variabilidad climática a lo largo del tiempo. Y ahora, usando la misma metodología de Atacama y el apoyo de imágenes satelitales, su proyecto en el IEB considera estudiar la zona central de Chile en el contexto de la megasequía, y contribuir a generar mejores estrategias de conservación y ecosistemas más resilientes. Dicho proyecto, también se enmarca en su Fondecyt de iniciación recién adjudicado.
Los pequeños naturalistas
Francisca es mamá de Amelia (3 años) y Nicanor (5 años), con quienes también comparte su gusto y pasión por la naturaleza. Junto a ellos, siempre que puede realiza paseos al cerro, el campo o la playa. “Mis hijos saben mucho de la zona central, sobretodo, de plantas y pájaros. Son unos pequeños naturalistas y me impresiona su capacidad de observar, aprender y hacer preguntas. A veces llevamos libros sobre flora y ellos van identificando especies. Creo que les he transmitido el amor por la naturaleza y además, son muy buenos para caminar, desde que eran pequeños, así que en un tiempo más esperamos poder hacer caminatas más largas”, comenta esta fanática del trekking.

La paleoecóloga también reconoce que el cambio de ciudad, de Santiago a Viña del Mar, ha contribuido a que ella y su familia tengan una mejor calidad de vida, en una ciudad más pequeña. “Yo no quería que mis niños crecieran en una ciudad con el aire tan contaminado, así que este cambio fue una buena decisión. Y aunque en Santiago también están los amigos y panoramas, pasar todas las mañanas mirando el mar camino al trabajo y sentir el aire costero, es algo que te anima y llena de energía”, señala.
Sin embargo, la vida de una científica no siempre es fácil, especialmente cuando debe viajar a terreno y combinar su carrera de investigación, con las labores domésticas y de madre. Es por ello que tras el nacimiento de sus hijos, Francisca debió acortar sus estadías en terreno.
Sin embargo, reconoce que esto también ha sido posible, ya que existe una verdadera corresponsabilidad con su pareja en el cuidado de los hijos, así como un apoyo importante de su red familiar. Asimismo, advierte que siempre ha contado con el respaldo y flexibilidad de su equipo de trabajo, algo que no siempre sucede en el mundo de la academia.

“La verdad es que me siento bastante apoyada. Y en el ámbito familiar, creo que la co-crianza y el repartirse las “pegas” de forma igualitaria con la pareja, es fundamental para que disminuyan las brechas de género y nosotras podamos seguir desarrollando nuestra carrera científica. Pero lamentablemente sabemos que esto no ocurre en todos lados”, advierte Francisca.
Los bosques áridos
La ecóloga reconoce su inquietud por desarrollar nuevos conocimientos e interacciones con diferentes grupos multidisciplinarios. Es así como, desde enero del 2023, se convirtió en la subdirectora del recién creado Núcleo Milenio de Ecología Histórica Aplicada para los Bosques Áridos, AFOREST, un espacio de investigación con enfoque socioecológico, centrado en el estudio de los bosques del Desierto de Atacama y su vínculo con comunidades humanas, desde hace 13 mil años. Este equipo, dirigido por la arqueóloga Virginia McRostie, integra fundamentalmente a otros profesionales de la arqueología, ecología y antropología.
“En AFOREST buscamos usar la ecología histórica para entender de qué manera los humanos también hemos sido importantes agentes de cambio en los paisajes, y no sólo en el Antropoceno, sino también a escalas de miles de años”, detalla.

Si bien hoy se conservan algunos manchones de esos bosques en el desierto o plantaciones de Tamarugos, como la Pampa del Tamarugal, antiguamente hubo grandes extensiones de bosques de los que hoy existen registros fósiles. Al respecto, Francisca señala que la existencia de esta vegetación fue fundamental para el poblamiento y que a su vez, fueron las propias comunidades y los animales que domesticaron, importantes dispersores de esta flora.
“Es muy importante entender los paisajes culturales, tanto en contextos pasados como actuales. Por otro lado, trabajar en el desierto y en zonas áridas es relevante también, ya que la Tierra está viviendo un proceso de desertificación que debemos comprender. Y en ese marco, es fundamental reivindicar el rol ecológico y cultural de los árboles que han permitido y permiten el sustento de muchas especies, la fijación de nitrógeno y servir de alimento, entre otros roles”, sostiene la investigadora.

Finalmente, la científica adelanta otro de sus proyectos, que se realizará con el apoyo del IEB. Se trata de la formación de un Laboratorio de Paleogenómica en la PUC, junto a los investigadores Claudio Latorre y Rodrigo Gutiérrez.
(Por: Carolina Todorovic)