February 29, 2020
Juan Monárdez: el guardián de Fray Jorge

-Lleva casi tres décadas en este sitio, inmerso en sus bosques y matorrales. Su pasión por las aves, roedores y la vegetación que existe en este lugar, lo llevó a convertirse no solo en guardaparques, sino también, en un activo colaborador del IEB.
A paso apurado, una turca (Pteroptochos megapodius), corre en mitad del terroso camino y delante del auto que maneja Juan Monárdez, mientras éste se dirige a un fragmento de bosque relicto, en el Parque Fray Jorge. Con su cuerpo que va del gris al café, y su cola levantada, esta ave endémica de Chile huye rápido del sendero y se camufla en el matorral, como si arrancara de quien más conoce este lugar y cada paso de las especies que lo habitan.
Oriundo de Salala, localidad de la comuna de Ovalle -situada a unos 40 km del parque- Juan creció y vivió junto a nueve hermanos y sus padres: Norma -dueña de casa- y Juan Manuel -recolector de algas-, a quien acompañó muchas veces en esta labor durante niño, recorriendo las costas del límite norte con Fray Jorge.
Su encanto por la zona era evidente, pero fue más grande aún durante un verano, cuando puso su primer pie en el parque, hace casi tres décadas. Hoy tiene 52 años y la mayor parte de sus días, los ha pasado en este sitio, declarado Parque Natural en 1941 y Reserva de la Biósfera en 1974 -por la UNESCO-.
“Desde que llegué acá, por un amigo guardaparques, me enamoré del lugar. Me vine a inscribir para la brigada forestal y a trabajar por una temporada. Luego volví la segunda, tercera y cuarta temporada, hasta que logré ser guardaparques, durante mucho tiempo hasta el año 97”, recuerda.
El Parque Fray Jorge posee casi diez mil hectáreas, cubiertas en su mayoría, por matorral semiárido y en menor proporción, por bosque de tipo valdiviano, donde abundan olivillos, canelos, arrayanes y pequeñas flores fuccias y rojas -conocidas como botellitas y medallitas-que se descuelgan de musgos y ramas. En este ecosistémica único en el mundo, se han reportado cerca de 440 especies de flora nativa, de las cuales, 266 son endémicas de Chile. Asimismo, se han identificado al menos 277 tipos de animales, siendo algunos de los más característicos, el octodón degus o ratón cola de pincel. “Este roedor es el animal que se ve con mayor frecuencia aquí”, comenta Juan.

La importancia de este lugar es tal que en 1989, el parque se convirtió en un sitio de investigación socio ecológica a largo plazo, lo que ha permitido documentar y analizar procesos como el cambio climático, el Niño lluvioso, períodos de sequía, y el impacto de estos fenómenos en la biodiversidad.
Bajo este mismo escenario, Juan Monárdez se formó como aprendiz. Su motivación y mente inquieta lo llevaron a impregnarse del paisaje que observaba, y a seguir adquiriendo nuevos cocimientos sobre el entorno. Tanto así, que mientras era guardaparques, sacrificaba algunos días de descanso para trabajar con investigadores, muchos de los cuales, formarían parte -más adelante- del Instituto de Ecología y Biodiversidad, IEB. “Me apasiona mucho el trabajo que hago en este lugar tan especial y único, donde encuentras especies que solo existen en el sur de Chile. Estoy agradecido y casi todo lo que sé, lo aprendí acompañando a las personas”, confiesa.
Como solo había estudiado hasta tercero básico, el año 97 retomó este desafío y terminó su educación escolar. Luego, continuó laborando en el parque, pero ahora, involucrándose más directamente en el campo de la investigación, a través del proyecto con roedores, con el cual lleva más de 15 años. Además, colaboró en otra iniciativa sobre recuperación del bosque con CONAF. Durante esos años, también se vinculó con científicos del IEB, llegando a convertirse en un colaborador más de este centro de investigación.

De hecho, gran parte de la labor que Juan desarrolla hoy, forma parte del gran estudio ecológico de largo plazo liderado por el investigador de IEB, Julio Gutiérrez. Este trabajo se desarrolla en el matorral. Otros estudios en los que Monárdez participa, también han sido dirigidos por integrantes del Instituto de Ecología y Biodiversidad, como Juan Armesto, Olga Barbosa, Pablo Marquet y Rodrigo Vásquez.
Aves, roedores y copihues: trabajo y descubrimientos.
De lunes a viernes, Juan vive en el Parque Fray Jorge, en la casona construida por el IEB, que durante el año y los primeros diez días de cada mes, también recibe a otros investigadores del centro. En auto, en moto y a pie, se desplaza por este territorio que tanto quiere y que según advierte, se ha ido transformando y secando a lo largo de los años, fenómeno que ha llevado a una disminución del perímetro de bosque y también, de las diversas especies que cohabitan. Falta de lluvia, fuertes vientos y disminución de neblina, son algunas de las mayores amenazas que percibe. También habla del yelmo, una planta nativa de Chile que ha ido expandiéndose cada vez más y acaparando el espacio de otras especies en el bosque.

Los tesoros y maravillas de Fray Jorge, son incalculables para Juan. Y entre ellos, hay uno que recuerda con especial atención: “En el año 2000 a 2001 descubrí copihues en un fragmento muy lindo del bosque, que no estaba descrito. Son dos poblaciones de esta especie. Sin embargo, una de ellas, lamentablemente, está estresada y muriendo. En septiembre comenzó a hacer crecer muchas flores, porque se nota que quiere dejar descendencia. Pero mientras no haya la humedad y sombra suficiente, quizás no logre adaptarse, aunque yo espero que sí lo haga”.
Actualmente, la labor de Juan en el parque es múltiple, apoyando los estudios con aves, roedores, entre otros animales, y monitoreando los sistemas de medición de agua niebla, trampas de semilla, colectores de hojarasca y otras tereas que realiza tanto en el matorral como en los fragmentos de bosque, incluyendo algunas de las 20 parcelas experimentales, que fueron instaladas para estudiar las interacciones ecológicas.
El censo de aves, que se efectúa en febrero, agosto y noviembre de cada año, es uno de los recientes trabajos que desarrolló. Con una metodología “netamente audiovisual”, según explica, éste se realiza en ocho transectos de la zona de matorral. “Me paro en un punto por ocho minutos y voy observando y escuchando en un radio de cien metros, anotando todo lo que pasa en una dirección. En general, puedo reconocer las aves más comunes y sino, también me apoyo en guías que existen. Sin embargo, este último censo me dejó sorprendido, ya que la cantidad de aves disminuyó muchísimo y en algunos transectos ni si quiera pude observar a algunas de las más características”, comenta.

Hasta el año antepasado, también respaldó el proyecto sobre rayaditos (Aphrastura spinicauda), una especie de ave muy frecuente en el bosque valdiviano. Los estudios, liderados por Rodrigo Vásquez, de IEB, contemplaron la instalación de cajas anideras para observar y documentar la actividad de los pájaros, tarea que fue monitoreada por Juan Monárdez. “El objetivo era registrar la actividad de los rayaditos, desde que empezaban a instalar los primeros palitos, hacer el nido, y poner el primer y segundo huevo. Luego tenía que hacer mediciones y observar el proceso de incubación y nacimiento de los pollos. Enseguida, a los 14 días, debía medir a las aves nacidas, pesarlas y a veces extraerles sangre para tener muestras de ADN. Esto, ya que muchos alumnos estudian estrés y conducta en estas especies. Dicha población es numerosa en la época de reproducción y si tienes suerte, puedes verla durante las mañanas. Sin embargo, cuando llegan los turistas al parque es difícil observarla, ya que éste es un pájaro muy hiperquinético, al que le cuesta mucho quedarse quieto”, explica el ex guardaparque.
Durante el período de censo también se realiza una colecta de feca de zorros, para estudiar su dieta, y además se hace un recorrido en gran parte del parque para recoger el regurgitado de las aves, ya sea diurnas y nocturnas. “Ahí podemos analizar su alimentación y los lugares por lo que se desplazan. Además, estos animales, botan todo lo que no les sirve: pelos, huesos, granos, entre otras cosas. Y también, en las áreas de investigación, está la línea olfativa para detectar la presencia de carnívoros y aves rapaces”, comenta.
En esta última línea de trabajo, se despeja y limpia la tierra de la zona de investigación, y luego, se pone un atrayente, que consiste en una mezcla de grasas, orinas y muestras de animal en celo. “Con esto podemos atraer a los zorros y carnívoros que hay alrededor, los cuales pasan, se revuelcan, orinan y defecan”, y de este modo se detecta la presencia de estos mamíferos carnívoros.
El trampeo y captura de roedores, es otra misión que apoya Monárdez. Se trabaja con animales vivos y siguiendo un protocolo, se les marca y crea una identidad para poder estudiarlos.
La vegetación y su interacción con el ambiente, es otro tema que explora. Cada fin de mes, sube a los bosques para registrar la actividad de los captadores de neblina, y analizar el nivel de agua que se colecta a través de estos sistemas. Desde hace 15 años que Juan desarrolla esta tarea, observando el impacto de la sequía.
“Antiguamente, había bidones con rebalse pero ahora a lo más, se acumulan 20 litros de agua al mes, proveniente de algún árbol. Los más representativos, alcanzan a los 5 litros y otros no alcanzan ni a un litro”, señala.

En algunos fragmentos de bosque, también se han instalado colectores de hojarascas, que reciben toda la capa que cae de los árboles y permiten ver la descomposición de las especies. Este material orgánico también es recogido todos los meses por Juan Monárdez.
La vida en Fray Jorge es apasionante y cambiante durante el año, según explica Juan. Los días en que se estaciona la niebla sobre el bosque, son más atractivos, asegura. Pero también en algunos momentos del año, en las que él ha visto florecer el matorral de múltiples colores.
Además de internarse en los fragmentos de bosques a los que no llegan turistas, a Juan también le gusta observar el mar desde el mirador de Fray Jorge o desde abajo, en la terraza costera. Tal como lo hacía su padre, todavía frecuenta ese espacio acuático para pescar y recolectar algas como el cochayuyo y luche, especies que incluso prepara para sus compañeros de trabajo.
“Soy soltero. Me gusta mucho vivir acá, pero a veces la vida también es un poco solitaria”, asegura. Por eso es que se alegra cuando toca compartir con investigadores y acompañarlos en sus estudios. Durante los fines de semana también, aprovecha de salir del parque para visitar a sus padres y familia. No se imagina, por ahora, trabajando en otro sitio. Ni si quiera cuando desde el IEB, le ofrecieron trasladarse a Chiloé. Lo pensó, pero quiso seguir en Fray Jorge, lugar que espera seguir ayudando a preservar, desde su labor.

En ese contexto, explica que se podrían realizar algunas acciones para evitar la pérdida de bosque, por ejemplo. “Hay plantas que retienen mucha agua en el bosque del matorral y se podrían usar como planta nodriza. Esto se trató de hacer, pero no hubo continuidad. Tal vez, se podría tratar de repoblar con la misma especie o árboles que están cayendo. El canelo, por ejemplo, es el más resistente a los calores. Por eso también es importante que se conozca este parque y su relevancia, y seguir aportando con un grano de arena para éste pueda mantenerse en el tiempo”, finaliza.